Reproducimos a
continuación las dolientes palabras, rebosantes de sentimiento y
profesionalidad (que, sin duda, harán suyas muchas otras), de una Enfermera, SAMANTHA GUERRERO FLORES, que a diario sufre
(como tantas enfermeras, auxiliares, etc...) las lamentables condiciones de
trabajo de quienes, como “pool”, se ven sometidas a penosas y continuas idas y
venidas, de una Unidad a otra, sin planillas, sin aliento, sin descanso, eso
sí, asumiendo toda la carga de responsabilidad y haciendo gala del mejor hacer que
da sentido a su Profesión. Porque ella, como tantas otras, es Enfermera, aunque
los gestores la vean como alguien con quien intentar cubrir huecos.
Lo que nos
cuenta Samantha es el claro ejemplo de lo que ahora se ha dado en denominar “GESTIÓN
DESHUMANIZADA”.
Señor@s
gestores, ¡a los profesionales también hay que cuidarlos! ¡Y tienen que
respetar lo que son!
“Hay días que tienes la boca llena de palabras pero se hace difícil
que salgan. Son las que te ahogan. Las que te hacen el nudo en la garganta. Y
tienes que tener el valor de llorarlas para poder arrancarlas de ti.
No me siento enfermera.
Cada día estoy en un
servicio, no tengo planilla, ni vida. No puedo ni siquiera pensar en mañana.
Es duro personalmente.
Pero esta dureza se multiplica profesionalmente.
Llegamos cada día a un
servicio con la misma presentación: soy la POOL.
El otro día un médico me contestó: "lo dices como si fuera un castigo", mientras lo siguiente fue un "qué puedes contarme de este paciente".
Puedo contarte que he
llegado a la planta a las 11 de la mañana porque he empezado el turno en otro
servicio diferente. Puedo contarte que no sé ni cómo se llama esta persona que
tengo delante, a la que llamas paciente.
Puedo contarte que necesito unos minutos para coger aire, calmarme e intentar recordar en qué planta estoy.
Puedo contarte que siento que son injustos para esta persona esos minutos que necesito para situarme así como los segundos que necesito pararme para pensar qué medicación estoy poniendo y si es el paciente correcto o la habitación correcta.
Pero me callo y sigo.
Sigo como puedo. Y cuando llego a casa lloro. Sí, lloro.
Porque no me siento enfermera.
Me siento una máquina expendedora
de medicamentos, programada para servir a un sistema que no me permite ser
ENFERMERA.
Una máquina que puede
llevar en un turno una mezcla de 15 pacientes de cirugía, geriatría,
oftalmología y paliativos. Una máquina que no puede sentarse y coger la mano de
una PERSONA que más que la medicación que le dispenso necesita de esas palabras
de mi garganta que calman su miedo e incluso disminuyen su dolor y angustia.
Cuando termina mi turno
soy enfermera.
Me siento enfermera cuando llego a casa y lloro. Porque todo lo anterior no es moral, ni ético, ni es enfermería...”.
¡ÁNIMO SAMANTHA!
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